En boca de un poeta:

Canto de amor a Stalingrado

Honor a ti por lo que el aire trae,
lo que se ha de cantar y lo cantado,
honor para tus madres y tus hijos
y tus nietos, Stalingrado.
Honor al combatiente de la bruma,
honor al Comisario y al soldado,
honor al cielo detrás de tu luna,
honor al sol de Stalingrado.


jueves, 7 de marzo de 2013

AQUELLAS NOCHES EN DONOSTI POR VEZ PRIMERA





Nos encantaba viajar, conocer y perdernos por ciudades, hacer el indio, huir de la norma y de lo establecido, pero sobre todo amábamos la aventura y eso en gran parte era lo que nos unía y a día de hoy nos sigue uniendo. 

De lo que no solíamos disponer era de dinero, y eso lejos de plantearse como un problema, era un incentivo, los gastos principales eran el viaje, que a caballo entre autostop, autobús y otros ingenios nunca salía caro, la comida, que para eso estaban llenos los supermercados y eso de expropiar siempre nos agradó, y por último lo más caro, que era el alojamiento, pero aprendimos pronto que eso de echar noches al raso por ciudades ajenas era algo fabuloso, que no éramos los únicos que así hacíamos y que en el camino inevitablemente solía aparecer gente muy interesante que se convertían en extraordinarios compañeros de aventura mientras ésta duraba. Enfocado desde esta perspectiva puede decirse que eso de viajar para nosotros era un chollo.

Así pues era común, que mi compa y yo fuéramos deambulando por pueblos y ciudades, con la mochila al hombro, el saco y muchas ganas de comernos a bocados el mundo que íbamos descubriendo a cada paso.

Hace ya casi una década de lo de Donosti, pero lo recuerdo todo como si hubiera sido ayer. Andaba yo estrenando la mayoría de edad y mi incombustible compañero de fatigas, Diego García, aún transitaba los 17.

Fue una aventura de la ostia, más adelante la describiré con más detalle, ahora me ciscaré en lo concreto. Anduvimos por allá varios días con sus noches. Recuerdo como las taquillas del Lidl nos servían noche tras noche para dejar a resguardo nuestras pertenencias, mientras que nosotros equipados con los sacos salíamos en búsqueda del lugar donde pernoctar.

La primera noche dormimos a las afueras o entradas, no sé, cerca de Amara, en un montículo con una pradera muy maja, nos pareció buen lugar y con cartones preparamos dos lechos (fotografía de abajo). Resulta que andábamos durmiendo encima de un depósito de gas, pero de eso no nos dimos cuenta hasta que amanecimos y vimos las abundantes señales que advertían de los peligros de encender una llama por allá, yo pasé buena parte de la noche fumando… Se podría decir que allá alejados fue la noche más larga que nos dejaron disfrutar, pues en Donosti experimentamos en nuestras propias carnes como una función de los cuerpos de represión es ir despertando al personal, a la gente sin hogar y a los viajeros al amanecer, para “adecentar” la ciudad. Lo comprobamos la segunda noche, y la tercera, y a ésta me quiero remitir, pues paseando por las calles de Donosti el otro día me crucé con el lugar donde pernoctamos aquella tercera noche, y de ahí han surgido estos memorables recuerdos que ahora escribo. La fotografía que adjunto arriba corresponde a ese lugar.

Pues sí, la tercera noche y ante la posibilidad de chubasco no se nos ocurrió mejor idea que pernoctar en un parque infantil que tenía un magnífico techo, paredes y tres pisos, para nosotros era un lujo, ese chalet que nunca tendríamos. Era un cobijo genial, recuerdo nos establecimos al oscurecer, cenamos allá y pronto nos echamos a dormir, se estaba bien y parecía que íbamos a descansar confortablemente, y así fue, hasta eso de las seis y media de la mañana, antes de que cayeran los primeros rayos de luz, cuando dos agentes de la policía municipal subieron a nuestra guarida para ejercer de despertador y de representantes de ley. Conocíamos como iba el asunto, había que “adecentar” la ciudad y allí estaban ellos para recordárnoslo.

Nunca olvidaré la frase con la que el agente se dirigió a nosotros por vez primera, textualmente:

“Pues le habéis quitado el sitio a unos pobres moros que duermen aquí todas las noches”

Con sus frías palabras nos dejó impactados ya de primeras. He de decir que tuve cierto sentimiento de culpa por haberles quitado el sitio de dormir a los compañeros magrebíes, pero también es cierto que en ningún momento nos hubiera importado compartir el techo.

Nos pusimos a recoger rápido y les dijimos que tardaríamos poco en despejar, cuando llegó el turno de las malditas preguntas “rutinarias”, estilo: De dónde son, qué hacen aquí y un largo etcétera que con el añadido de dormir en un parque infantil empezaba a resultar preocupante la cosa. Tras la primera ronda de preguntas, ya que no debimos sonar del todo convincentes, nos pidieron la documentación. Saqué el DNI, el caso es que mi compadre no lo llevaba encima y además era menor, se complicaba el asunto ante esta peculiar situación. Con los bártulos ya listos los agentes deciden registrarnos y le ponen tanto empeño que nos incautan un huevo kínder con algo de chocolate dentro, pero del que no se come. Nada más. Ante esto, con el pretexto de identificar a mi compadre en dependencias policiales deciden llevárselo y a mi dejarme allí tirado, preso de la incertidumbre, pues amenazaban con llamar a sus padres para que lo viniesen a buscar.

Y así me vi, siendo despertado y registrado por los guardias con el amanecer, sin chocolate y con mi amigo secuestrado y sin saber siquiera si éste volvería o habría de acabar la aventura sólo. Me senté en un banco, encendí un cigarro y me puse a darle vueltas a la cabeza, no tenía muchas posibilidades, andaba sin móvil y en caso de que soltaran a mi socio iba a estar la cosa complicada para reencontrarnos. Pasó bien de rato, me entró hambre y me dirigí a un supermercado para expropiar el almuerzo. Volví al parque y llené la tripa, un perro se hizo amigo mío, aunque más bien diría que lo que quería el perro era almorzar también, pues su presencia duró mientras duró la comida. Seguí encendiendo cigarrillos, habían pasado ya varias horas y aún guardaba esperanzas de que soltaran a mi compa y le diese por aparecer por el parque. Muchas horas después así fue, tras la rigurosa identificación, el contactar con su familia, más registros y más preguntas lo soltaron, lo tuvieron toda la mañana en dependencias policiales, tampoco le trataron mal del todo, me contó. A mí me tocó echar la jornada en el parque, esperando, y creé un vínculo especial con ese lugar, que fue guarida y trampa a la vez.

Volvíamos a estar juntos y delante nuestro un mundo que se abría a cada paso, aprovechamos bien cada minuto de la estancia en Donosti tras aquello, las cosas podían haber salido mucho peor, pero al fin y al cabo tuvimos suerte.

Aquel día, decidimos de nuevo echarnos al monte para pasar la noche, pues para los forajidos no hay mejor lugar para buscar abrigo. Recuerdo que aquella cuarta noche fue plácida, tampoco dormimos mucho, amanecimos muy temprano y los insectos nos anduvieron boikoteando, aunque la certeza de que allí no subirían dos hombres uniformados a despertarnos y a hurgarnos en las mochilas era un lujo, y necesitábamos de esa tranquilidad.

La quinta y última noche la pasamos en la playa, habíamos conocido a un surfista uruguayo que se recorría Europa en busca de olas y con unas simpáticas muchachas francesas que habituaban a frecuentar Donosti y a pernoctar en sus playas. Éramos una cuadrilla amplia y recuerdo que estuvimos hasta bien tarde conversando, fumando y riendo, para todos era el último día en Donosti y al amanecer se separarían nuestros caminos para no volver a reencontrarse jamás casi con total seguridad. Pero aquello no importaba, lo verdaderamente importante era compartir nuestras vivencias por tan hermosa ciudad y otras aventuras. Todos, las francesas, el uruguayo y nosotros, teníamos claro que al amanecer vendrían los municipales a despertarnos para “adecentar” la ciudad, y cuando apenas nos habíamos dormido llegaron, con la puntualidad del gallo y con desprecio en sus palabras nos invitaron a abandonar el lugar, y así hicimos, no sin antes despedirnos de los compas que habían compartido aquella noche con nosotros. Y entre besos, sentidos abrazos y buenos deseos para aquellos compañeros acabó nuestra inolvidable aventura en Donosti, Perla del Cantábrico por la que tanta fascinación sentíamos.


Aitor Cuervo Taboada





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